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Art Decó

  • Foto del escritor: jimenamendez
    jimenamendez
  • 13 mar 2018
  • 8 Min. de lectura

La ciudad que bailaba frenética en los años locos,paseaba entre una arquitectura art decó que mostraba su fascinación por la ciencia y la razón, donde estaban presentes cantidad de símbolos astrológicos, animales mitológicos, motivos de la naturaleza y todo tipo de animales exóticos.


En esta nueva estética se presenta también un “arcaísmo” o “primitivismo” en la búsqueda de las artes plásticas. El hombre busca, de alguna manera, retornar al paraíso perdido, al estado primitivo, a la pureza. Pero ésta pureza original es reinterpretada por la elite de la época que se aleja del retrato o el paisaje “realista” así como la arquitectura se aleja de las alegorías greco romanas. Las vanguardias artísticas del art decó se convierten, entonces, en la elite del debate filosófico del espacio urbano en el Uruguay moderno

Edificio Planeta, Atlántida. Uruguay. Foto: Jimena Méndez

Edificio Planeta, Atlántida. Uruguay. Foto: Jimena Méndez

El estallido de color, de formas, de materiales invaden no solamente las artes plásticas, sino que también aparecen en la arquitectura, en la decoración y el diseño. Otra presencia que será parte del nuevo espíritu es la mujer en la vida cívica y política del país (el sufragio universal y el reconocimiento en las leyes laborales), así como su presencia en el arte y la cultura. La mujer será tanto protagonista como tema dentro de la estética de los años 20 y lo femenino estará presente tanto como recurso simbólico como en la estética del Art Decó también.


La mentalidad del Art Decó iba unida a la trasgresión, a la búsqueda, a la unión de lo moderno pero rescatando las tradiciones de pueblos olvidadas por el clasicismo que “fundaba” su ideal de mundo en la Antigua Grecia. Va a rescatar motivos precolombinos, asiáticos y africanos, producto también de una revisión crítica de la historia cultural. Toda una generación de artistas y arquitectos, como los del Círculo de Bellas Artes, inspirados por las corrientes vanguardistas europeas: cubismo, planismo, dadaísmo, etc., reinterpretan nuestra cultura desde una visión poscolonial; intentando retornar al origen anterior a la conquista: el paisajismo, el nativismo, las églogas...todos los motivos de la pintura nacional de los años 20 intentan reinterpretar una identidad nacional anteriormente dibujada por Blanes, cantada por Zorrilla de San Martín y consolidada por el Palacio Legislativo. Una identidad que ya no identifica a la intelectualidad de los años 20 que vive tiempos de cambio: Figari, Cúneo, Sáez, Laroche, Petrona Viera dibujarán ésta nueva mentalidad.


En ésta época se reafirmará la crítica al Uruguay pastoril que quiere impulsar un urbanismo industrial que se encuentra con fuertes obstáculos para instalarse: el impulso y el freno siguen en contradicción. También desde lo político la sociedad discute acerca de sus mitos de origen: se discute cuándo se debe celebrar la creación del estado nacional y se emplaza el monumento a Artigas en la Plaza Independencia, como una reivindicación (y nacimiento moderno) del mito del héroe artiguista. El centenario de la independencia nacional se festejará en el Palacio Legislativo, nuevo centro de culto de la laicidad y la democracia, mientras que los movimientos intelectuales de la época mantienen sus encuentros en los Cafés, que serán el símbolo de toda la movida cultural urbana, plagada de revistas, tertulias y publicaciones. En la separación simbólica del espacio urbano podemos ver las tensiones: por un lado el estado y por otro, la intelectualidad y el arte, como reflejo de una lucha por el poder en el campo social e intelectual, la aparición de otros discursos en el ámbito del Uruguay moderno. Pero también es el tiempo que marca el inicio de otro de los mitos de la identidad nacional: el fútbol y las bases del Uruguay de la “garra charrúa”. En 1929, el Arq. Scasso inicia las obras del estadio que luego se llamará Estadio Centenario, y en ella la Torre de los Homenajes que también es una obra que, desde el punto de vista arquitectónico, marca un cambio de concepciones acerca de los mitos, nuestra identidad y el espacio.



La mentalidad de cambio se ve gradualmente plasmada en la arquitectura con la aparición de los grandes edificios y de estilos divorciados de la estética clasicista. La irregularidad de los planos, la altura, la construcción en diferentes niveles y salientes, la geometría y el hormigón armado toman cuenta de la cara de la nueva ciudad que se está gestando.


Pero un elemento que cambia profundamente será el interior de las construcciones de la ciudad. Los tiempos modernos que traen confort y maquinismo a los hogares también vienen con la reducción de los espacios urbanos: el nuevo orden económico y las crisis financieras harán que los espacios se transformen en sus dimensiones y funciones.


“Al mismo tiempo que cambian las relaciones del individuo con la familia y con la sociedad, cambia el estilo de los objetos mobiliarios. Sofás cama, camas de rincón, mesas bajas, estanterías, son elementos que sustituyen al antiguo repertorio de muebles. La organización cambia también: la cama se convierte en sofá cama, el aparador y los roperos en alacenas ocultables. Las cosas se repliegan y se despliegan, desaparecen, entran en escena en el momento deseado.” (Baudrillard, 1968)


El hombre moderno asiste a la muerte del “alma de los objetos”, como lo llama Baudrillard, en dónde desaparecen la historia y la memoria de las casas modernas: retratos familiares, patrimonios de objetos con historia que pasaban de generación en generación, los grandes muebles el objeto que centralizaban la estructura del hogar. En su lugar, aparecen los muebles polifuncionales, descartables, sin historia, la imagen “clean” de objetos despersonalizados, el abstraccionismo tanto en las formas como en el tema, creando los espacios modernos sin tiempo ni lugar, sin historia y sin arraigo. La nueva estética es industrial, mixada, despersonalizada, sin la carga del pasado ni de la tradición.


“Estos objetos arquitectónicos generan comportamientos humanos que se generan secuencialmente de acuerdo a los cambios continuos que el espacio, en su interior, va enfrentando. Es decir, el espacio está fuertemente influenciado por el contexto sociocultural que lo conforma, esto conlleva a que la evolución constante de factores económicos, tecnológicos, sociales y comunicativos entre otros, ocasionen en el diseño de los espacios cambios repentinos que afectan el comportamiento humano.” (Quiroga, 1999)


Los cambios en la arquitectura muestran esta nueva mentalidad. Pero no solamente los cambios son estéticos, sino también funcionales. Los cuerpos son reorganizados en esta nueva concepción urbana. Las distancias se acortan, el sistema de edificios hace que los espacios de intimidad sean cada vez menores, tanto dentro de la casa como fuera de ella. Comienza a expandirse la ciudad montevideana y a achicarse el espacio de sus habitantes. También desaparecen los rincones, desvanes, zaguanes, altillos, buhardillas. Son espacios arquitectónicos de otra época que ya no están presentes en la nueva arquitectura, que ha modificado sus dimensiones y busca funcionalidad y economía.

“La casa es nuestro rincón del mundo, nuestro primer universo, un cosmos”, dice Bachelard. Y cómo es el universo de éste montevideano de los años 20, ilustrado, que está fascinado con los tiempos modernos? Es un habitante de una ciudad que está cambiando, lleno de contradicciones entre el pasado y el futuro que reinterpreta su identidad. Éste morador ha perdido sus espacios de intimidad, sus refugios. Es una morada nueva, desconocida, que desafía el orden conocido. Es una casa sin memorias ni pasados. Ha perdido sus rincones y escondrijos; en ésta casa llena de objetos nuevos, el morador no tiene escondites, está todo a la vista. En lugar de los grandes espacios comienzan a aparecer los “ambientes”, separados por la luz, el color o el mobiliario apenas que crea la ilusión de diferentes espacios.


Esta nueva experiencia al respecto del espacio va a reconfigurar la vida cotidiana de las personas, su experiencia en este espacio va modificándose. Junto con los roles sociales tradicionales que van desdibujándose, con el acceso de la mujer al mercado laboral y a la vida política y cultural del país y con los cambios económicos que experimenta el país, los espacios también se verán transformados, perdiendo los grandes espacios jerarquizados, los lugares diferenciados dentro de la casa (el gran despacho-biblioteca masculinos, el vestidor femenino, la amplia cocina de la servidumbre, etc) que comienzan a reducirse y a ser funcionales al nuevo orden.


En tiempos donde el orden y el progreso son la promesa que viene a manos de la tecnología no hay tiempos para buscar en los escondites de la ensoñación; el espacio se presenta claro, lógico, evidente. La poética del nuevo espacio es expresión de lo racional y funcional. Los nuevos materiales son mezclas y fusiones, comienza el dominio de lo sintético, lo industrial. El nuevo orden económico no permite traer más mármoles de Carrara, maderas exóticas, muebles europeos o encargar grandes obras a los artistas consagrados. La nueva casa ha perdido la suntuosidad y los grandes objetos llenos de tradición:


“Pero la modernidad no basta para dar un valor a esta casa, para convertirla en “morada”: le falta todavía el ser. Tal y como una iglesia no es verdaderamente sagrada más que cuando guarda en su seno algunos huesos y algunas reliquias, así el arquitecto no se sentirá verdaderamente en su casa más que cuando pueda sentir, en el corazón de sus muros nuevos, la presencia íntima, pero sublime, de una piedra que da testimonio de generaciones pasadas.” (Baudrillard, 1968)


Ésta pérdida de los patrimonios familiares comienza a producirse a comienzos del 900 dónde la reconfiguración del espacio hace inviable mantener el mobiliario y los objetos tradicionales. La nueva casa ha perdido la memoria y ha comenzado a escribir una nueva tradición, una nueva memoria.


Aparece el objeto antiguo como un fetiche en la nueva casa, como una reminiscencia de ese pasado exótico y lejano del que la sociedad tomó distancia:


“...todo objeto antiguo es bello simplemente porque ha sobrevivido y se convierte por ello en signo de una vida anterior” (Baudrillard, 1968)


Una sociedad con una clase media en franco ascenso, con una prolífica clase de profesionales intelectuales que comienza a enriquecerse y a tener una relevancia dentro de la vida social, cultural y económica del país busca así una nueva iconografía, nuevas imágenes que expresen su valía y su diferenciación de las clases dominantes tradicionales, ligadas al militarismo y al poder político, pero vistas como propias de un orden pasado. La distinción social se verá reflejada através de la adquisición de éstos nuevos conceptos y objetos. El nuevo “habitus” pone en marcha en una manifestación de signos culturales que son visibles en el arte y en la arquitectura:


“Las nuevas tipologías de espacio residencial, se constituyen en el objeto de deseo de las nuevas clases medias, que con un estilo de vida standarizado, se muestran como la contracara de un expansivo proceso de pauperización social que incluye crecientemente a sectores medios. La casa y su interior resultan de la emergencia de un imaginario de la casa centrado en la estética y el placer como fachada de un creciente hedonismo, en el que participan activamente los medios de comunicación y las exposiciones de decoración. Este estilo de vida del buen vivir y el buen mostrarse implica prácticas y representaciones según habitus específicos, donde la vivienda aparece como un signo relevante.” (Taberna, 2009).


El eclecticismo del art decó expresa las preferencias estéticas de la clase profesional emergente en nuestra sociedad a comienzos del siglo XX, manifestaciones que buscan expresar una identidad, un gusto, un estilo de vida agiornado a los tiempos modernos, soñando con el Uruguay progresista, europeo y neutral, integrador y tolerante que nunca fue.


Las arquitecturas son también imágenes poéticas. La “poética del espacio” de los años locos es una poética con otros ritmos y sonidos, con nuevas esperanzas. El maquinismo y los adelantos técnicos prometen un futuro mejor al hombre. Las artes se integran con la tecnología para hacer más bello y fácil el mundo de los hombres. El cine, el automóvil y el rascacielos son las nuevas imágenes de ésta poética de la modernidad. La vida urbana se empequeñece, se concentra y la intimidad va desapareciendo y las distancias se acortan. La poética del maquinismo y del control hacía posibles imágenes de un futuro mejor, optimista y cargado de incertidumbre también. La expansión del hombre parece no tener fin y el desarrollo tecnológico evocará ésta nueva retórica.


Remite a imágenes de lo posible, del hacer, del impulso y la creación, del control del hombre sobre el cosmos; pero también evoca imágenes de un pasado lejano, confuso, donde el freno conservador impide muchas veces el crecimiento de un país pequeño que todavía sueña de cara frente al mar.



Referencias:


Quiroga, Adriana. La problemática del espacio y el lugar en la arquitectura actual. En Arquitectura y Humanidades. Publicación de propuesta académica del Taller de Investigacion "Arquitectura y Humanidades", Programa de Maestría y Doctorado en Arquitectura. Campo de Conocimiento en Diseño Arquitectónico, UNAM. Disponible en: http://www.architecthum.edu.mx/Architecthumtemp/paisajesarquno/Quiroga.html


Bachelard, Gastón. 2000. La poética del espacio. Ed.FCE Bs. As.


Baudrillard, Jean. 1969. El sistema de los objetos. Ed. S. XXI, México.


Taberna, Jorge La casa como espacio de las prácticas sociales en Ciudad Viva, setiembre de 2009. On line, disponible en: http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=2237

 
 
 

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